Tener fe, entre otras cosas, implica creer plenamente en la Palabra
de Dios por encima de todo nuestro intelecto, sabiendo que las cosas que pasan
no escapan de la voluntad de Dios. La fe no niega las circunstancias visibles,
sino cree en el testimonio de Dios y vive de acuerdo con él.
Conocer y practicar la Palabra de Dios, dan una fortaleza y seguridad maravillosas en tiempos de sufrimientos. Aunque nuestro cuerpo físico (el hombre exterior) se va desgastando día a día, paralelamente, el hombre interior (el espiritual), se esta renovando.
El conocer y
practicar la Palabra, nos llevará a descubrir que los sufrimientos o cualquier
tribulación, son incomparables con el mayor peso de gloria que Dios tiene
almacenado para los valientes. Los días o años de aflicción no son nada
comparados a la eternidad de bendición que nos espera. Cuán importante es que
vivamos «con los valores de la eternidad a la vista». La vida cobra un nuevo
significado cuando vemos las cosas a través de los ojos de Dios.
Vivimos por
fe, no por vista. Es la fe la que le permite al cristiano ver las cosas que no
se pueden ver (Hebreos 11.1–3); y esta fe viene de la Palabra de Dios (Romanos 10.17).
Las cosas por las que el mundo vive y muere son temporales, pasajeras; las cosas
del Señor duran para siempre.
Muchos piensan
que estamos locos porque nos atrevemos a creer a la Palabra de Dios y a vivir
de acuerdo a su voluntad. Pasamos por alto las «cosas» que los hombres codician
porque nuestros corazones están fijos en valores más elevados.
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