En medio del costumbrismo y el legalismo, las gentes
habían perdido el verdadero sentido espiritual de acercarse a Dios y mantener
una comunión con Él.
Los ministros religiosos no se habían dado cuenta o
simplemente obviaron que aún los paganos se habían acostumbrado a la forma y/o
modos en que ellos adoraban a Dios.
En ese dilema, podemos ver a la mujer samaritana (Juan
4), que cuando Jesús inicia una conversación con ella, su principal inquietud
no fue relacionada con el agua que le pidió el Señor para beber, ni las
palabras siguientes que intercambiaron, sino ¿dónde se debe adorar a Dios?: “…Le dijo la mujer:
Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y
vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar…” (Juan
4:19-20)