viernes, 10 de mayo de 2013

¡DESPIERTA!... Jehová está contigo


Génesis 28:16-17

Dice Génesis 26:1 que Hubo hambre en la tierra e Isaac se fue a Gerar (Filisteos) camino a Egipto y Dios lo detuvo (v.2), mintió acerca de su esposa diciendo que era su hermana, por miedo a la muerte (v.7), pero había una promesa de parte de Dios y DIOS CUMPLE SUS PROMESAS: ...Sembró Isaac en aquella tierra, y cosecho aquel año ciento por uno; y le bendijo Jehová. El varón se enriqueció y fue prosperado, y se engrandeció hasta hacerse muy poderoso. Y tuvo hato de ovejas, y hato de vacas, y mucha labranza; y los filisteos le tuvieron envidia.... Aunque con cierto desvelo, obedeció a Dios (v.2) y Dios lo prosperó.

En esta familia, había un problema de sentimentalismo, que les hizo perder la visión de Dios, y eso generó que tomaran malas decisiones.



Antes de continuar, refiriéndonos a la historia de lo que en ese momento está ocurriendo, se hace necesario hablar de Jacob:

          Jacob   (el que toma por el calcañar o el que suplanta). Padre del pueblo hebreo, hijo de Isaac y
        Rebeca y hermano gemelo de Esaú. Nació como respuesta a la oración de fe de su padre (Génesis
       25.21). Su historia aparece en Génesis 25.21–50.14. Desde antes de nacer, ya los niños luchaban en el 
       vientre, y su madre supo, por revelación divina, que en su seno se originarían dos grandes naciones ya
      divididas entre sí. Esaú nació primero, pero Jacob le siguió asido de su talón (Génesis 25.22–26). Según
      la Ley antigua, la primogenitura le correspondía a Esaú, pero Jacob, con notable astucia, la consiguió de
       su hermano a cambio de un guisado (Génesis 25.29–34; Hebreos 12.16).

Volviendo a la historia Bíblica tenemos...

En una porción Bíblica (Génesis 27:1-4), vemos al mismo Isaac, que una vez envejecido, en un acto de sentimentalismo, se dispone a bendecir a Esaú, su hijo mayor, no tanto por ser el primogénito, sino porque le amaba; reseña Génesis 25:28 ... Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; más Rebeca amaba a Jacob...”, aún sin tomar en cuenta, que este Esaú le causaba amargura: “... cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de Beeri heteo y a Basemat hija de Elon heteo, y fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca...” (Génesis 24:34-35).

Rebeca, también por sentimentalismo y sin medir las consecuencias, mal aconsejo a Jacob, quien obtuvo con engaño la bendición paterna (Génesis 27.1–29), y Esaú, indignado, prometió matarlo: ... y aborreció ESAU  Jacob por la bendición con que su Padre le había bendecido, y dijo en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob... (Gn 27.41).

Como consecuencia, Rebeca misma se vio obligada a procurar que Isaac enviara a Jacob a Harán, con el pretexto de elegir esposa allí (Génesis 27.42–28.5; Os 12.12). Durante su viaje Jacob tuvo una visión que le afectó profundamente: veía una escalera que llegaba hasta el cielo y ángeles de Dios que subían y bajaban. En aquel lugar Dios confirmó a Jacob el pacto con Abraham. Jacob erigió un altar, llamó a aquel lugar Bet-el (casa de Dios) e hizo voto ante Dios (Génesis 28.11–22).

Jacob tuvo que pasar por un proceso si se quiere disciplinario de parte de Dios, que le llevó aproximadamente veinte (20) años de su vida.

Una vez en Harán Jacob permaneció con su tío Labán, a quien sirvió siete años para poder recibir a Raquel como esposa. Sin embargo, debió trabajar siete años más, Labán le entregó primero a Lea, su hija mayor (Gn 29.9–28). De Lea, Jacob tuvo seis hijos varones: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón, y una hija, Dina; de la esclava de Lea tuvo a Gad y Aser. De la esclava de Raquel tuvo a Dan y Neftalí. Como respuesta divina a los ruegos de Raquel también tuvo con ella dos hijos, José y Benjamín, quienes llegaron a ser los favoritos de Jacob. Todos, excepto Benjamín que nació en el camino de Efrata (Belén) y costó la vida de su madre (Gn 35.16–19), nacieron en Padan-aram (Gn 35.23–26).

Gracias a su astucia, Jacob prosperó tanto que provocó la envidia de los hijos de Labán. Como consecuencia, para zanjar las desavenencias y por indicación divina, se volvió a Canaán, pero Labán lo persiguió y alcanzó. Este le propuso celebrar un pacto (Gn 31), se separaron amistosamente y Jacob pudo proseguir su viaje. Al pasar por Mahanaim le salieron al encuentro ángeles de Dios (Gn 32.1, 2). Por temor de su hermano Esaú, planeó hábilmente el encuentro con él. La noche anterior luchó con el ángel de Jehová y, en consecuencia, obtuvo una bendición. Fue entonces cuando recibió el nombre de Israel, «el que lucha con Dios» (Gn 24.32; Os 12.3, 4), nombre que se perpetuó en «los hijos de Israel» (Gn 42.5; 45.21), y llegó a abarcar a todo el pueblo elegido de Dios. Jacob llamó a aquel lugar Peniel (el rostro de Dios). Después de su reconciliación con Esaú, Jacob se instaló en Siquem (Gn 33.18).

Sin embargo, es de resaltar que en medio de las desobediencias y desvelos, Jacob había dispuesto su corazón para creer y servir a Dios: ... E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios...” (Génesis 28:20-22). (REFLEXIONEMOS UN POCO)

Nuestras desobediencias, traen consecuencias graves, y muchas de ellas trascienden de generación a generación. En el caso de Abraham y Jacob, ellos mismos nunca se imaginaron que aún después de su muerte, las consecuencias seguirían surtiendo efecto. Veamos:

a)      Dios prometió un hijo a Abraham, no esperó y tuvo a Ismael con la esclava egipcia Agar.

            Ismael   Siguiendo una costumbre antigua, Sara consintió en que Agar, su     sierva egipcia, concibiera un hijo de Abraham, el cual se llamó Ismael, que          significa «Dios oye» (Gn 16.1–4). Sara se quejó más tarde, sin embargo, de que         Agar, viéndose embarazada, la miraba con desprecio. Posiblemente Abraham       consideró durante algunos años a Ismael como hijo de la promesa y le mostró un      afecto especial. Sin embargo, con ocasión de la fiesta con que Abraham celebró           el día en que Isaac fue destetado, Sara vio que Ismael se burlaba de Isaac, su          primogénito, y esto la hizo enojarse mucho. Detrás de todo estaba la         competencia por establecer quién sería el heredero de las promesas de Dios. El nacimiento de Isaac, sin embargo, y las indicaciones de Dios, dejaron bien claro       que este y no Ismael era el heredero de las promesas de bendición universal (Gn 18.1–19). Abraham cedió a las instancias de Sara y despidió a Agar con su   Ismael, quienes casi perecieron de sed en el desierto, pero fueron milagrosamente atendidos por el ángel de Jehová (Gn 21.1–21). Ismael creció e   hizo del desierto el lugar de su habitación; su oficio fue la cacería. Se casó con       una mujer egipcia (Gn 21.20, 21) y fue padre de doce hijos, todos príncipes             (25.12–16). Tuvo además una hija, Mahalat, quien llegó a ser mujer de Esaú    (28.9). Acompañó a Isaac en el entierro de su padre Abraham (25.9). Sin embargo, en la actualidad, todavía hay guerra entre los árabes (Ismaelitas) y los            Israelitas.

b)      Dios prometió bendecir a Jacob; este no esperó sino que con engaño obtuvo la bendición de su Padre, y la reacción de Esaú trascendió a través de la nación de Edom, que es el mismo Esaú.

Esaú   (velludo, porque «era todo velludo como una pelliza», Gn 25.25). Hijo   mayor de Isaac y Rebeca, gemelo de Jacob. También se llamaba Edom, que        significa «rojo», por haber comprado el guiso rojo de Jacob (25.30). En la         historia sagrada se le conoce por dos actos que revelan la debilidad de su       carácter: 1) por haber vendido su primogenitura y 2) por haber perdido la             bendición de su padre. Veinte años después, Esaú se reconcilió con su hermano           cuando este regresó de Padan-aram con su familia. Su descendencia habitó en la       tierra llamada Edom   (tierra roja). Practicaban el politeísmo. Más tarde,       algunos israelitas se casaron con edomitas y surgió una pequeña raza mestiza.       Después del éxodo, Edom prohibió a los israelitas pasar por su tierra para entrar     en la tierra prometida (Nm 20.14–21; 21.4; Dt 23.7, 8; Jue 11.17, 18). Durante el      reinado de Saúl hubo guerra entre Israel y Edom (1 S 14.47). David mató a       dieciocho mil edomitas en el Valle de la Sal (2 S 8.13; cf. 1 R 11.15). En días de             Salomón surgió de nuevo el conflicto con los edomitas e Israel los subyugó. No    obstante, a veces se rebelaban y recobraban temporalmente su independencia.           Asiria los conquistó en 732 y los dominó durante varios años. Cuando       Nabucodonosor sitió a Jerusalén, los edomitas colaboraron con él y se       regocijaron en la destrucción de la ciudad, lo cual indignó grandemente a los          judíos (Sal 137.7; Lm 4.21; Ez 25.12; 35.3ss; Abd 10ss).

      Después del cautiverio los edomitas invadieron la parte sur de Judá y se   establecieron allí, por lo que la    parte sur de Judea llegó a llamarse Idumea            después del cautiverio.

            En el siglo III a.C. los nabateos (Naboteos) invadieron la tierra de Edom y        levantaron un reino con Sela como capital. En 165 a.C. Judas Macabeo capturó     a Hebrón (1 Mac 4.29, 61; 5.65) y en 126 a.C. Juan Hircano, el sumo sacerdote    macabeo, obligó a los edomitas a convertirse en judíos, imponiéndoles la circuncisión. Cuando llegaron los romanos a dominar a Palestina, Idumea y los edomitas desaparecieron de la historia.

Cabría preguntarnos entonces,…

Ø  ¿Cuántas veces hemos estropeado las bendiciones que Dios nos quiere dar?
Ø  ¿Cuántas veces nos quejamos y desmayamos cuando tenemos que enfrentar las consecuencias de nuestros pecados pasados?

Ø  ¿Y luego, cansados,  nos echamos a dormir?

Hoy, en el nombre de Jesús te digo… ¡DESPIERTA!... Jehová está contigo.

1 comentario: